La historia del servicio de pilotos femenino de la fuerza aérea (o WASP, en inglés) comienza con Jacqueline Cochran, una reputada piloto de carreras de aviones que en 1940 se alistó en el cuerpo auxiliar de transporte británico para llevar los aviones de combate prestados por el presidente Roosevelt a través del Atlántico como parte de la lucha contra los nazis.
Jackie Cochran demostró con su ejemplo que las mujeres también podían llevar aparatos militares, y pronto reclutó a una pequeña camarilla de pilotos femeninas cuyo ejempló llamó la atención del general Henry H. Arnold, el comandante en jefe de la aviación americana.
Cuando Estados Unidos entró en guerra en 1941 su fuerza aérea era pequeña y se necesitaba a todos los pilotos disponibles en el frente, por lo que tanto Cochran como otra campeona aérea, Nancy Love, propusieron a Arnold la creación de un cuerpo de mujeres dedicado al testeo y traslado de los aviones militares en casa.
Los primeros pasos
Corto de efectivos, el general decidió incorporar a Nancy y algunas reclutas prometedoras a filas creando con ellas un escuadrón auxiliar de transporte el 10 de septiembre de 1942, cuya misión sería trasladar a los aviones desde las fábricas hasta las bases militares para su posterior envío a los frentes de Europa y el Pacífico.
Con Cochran todavía de servicio en Inglaterra Love y sus reclutas empezaron instrucción en Avenger Field, Texas, y pronto demostraron que podían pilotar cualquier aparato que requiriera la fuerza aérea sin importar su tamaño y complejidad.
Esas primeras aviadoras debían seguir un estricto programa de entrenamiento de cerca de dos años de duración, en el cual aprendían navegación, código morse, radiotelegrafía, mecánica, física y meteorología, completando su formación con 210 horas de vuelo. Con un curso tan completo se requerían solo a las mejores voluntarias, que debían ser mujeres de entre 35 y 50 años con licencia de piloto y un mínimo de 35 horas de experiencia a sus espaldas.
Las WASP
El regreso de Cochran al país impulsó la ampliación de esta fuerza aérea femenina, que por orden presidencial se convirtió en un servicio autónomo el 5 de agosto de 1945 cuyas funciones se ampliaron al testeo de nuevos prototipos. Al ser la piloto con mayor experiencia militar Jackie fue nombrada presidenta de la WASP y Nancy puesta a cargo del entrenamiento de las nuevas reclutas.
Distribuidas por todo el país las WASP transportaron más de 12.000 aparatos hacia sus puntos de partida, el 50% de los que tomaron parte en la guerra, y pusieron a prueba aviones como las fortalezas volantes B-29 y algunos de los primeros aviones a reacción.
También colaboraron en el entrenamiento de la artillería, remolcando blancos por el aire mientras los cañones antiaéreos les disparaban, una arriesgada tarea en la que algunas de ellas murieron cuando su aviones fueron alcanzados por accidente.
Pese a ello estas mujeres nunca fueron reconocidas como militares, y tanto su inferior sueldo como la falta de ayudas y seguros evidenciaban que eran simples auxiliares.
Finalmente este revolucionario programa llegó a su fin el 20 de diciembre de 1944. Las victorias de la aviación sobre la Luftwaffe y la destrucción de la marina japonesa habían liberado del frente a numerosos pilotos, que veían peligrar los puestos trabajos en retaguardia por la existencia de las WASP, por lo que escribieron cartas al Congreso reclamando un acceso preferente.
Al no ser ya necesarias, las WASP fueron licenciadas por Arnold para recortar gastos, y aunque se prometió que su servicio sería reconocido tras la guerra la realidad fue que sus expedientes se clasificaron y no recibieron pensiones ni beneficios.
No sería hasta 1977 que la fuerza aérea se volvería a abrir, ahora de manera definitiva, a las mujeres, y que el presidente Carter concedería a las pilotos supervivientes el codiciado estatus de veteranas.