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Manuel de la Peña: «Cuidando el corazón»

Cuidando el corazón, según el doctor Manuel de la Peña

Las drogas, y muy especialmente la cocaína, suelen generar importantes trastornos del ritmo. En algunos estudios se han constatado fibrilaciones ventriculares que pueden causar la muerte súbita

Por Manuel de la Peña

Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), cada cinco segundos se produce un infarto de miocardio en el mundo. Las enfermedades cardiovasculares son una amenaza real, constante y creciente, provocan una de cada tres muertes en el mundo.

La enfermedad coronaria es la primera causa de muerte global y la quinta de morbilidad. El 80% de los infartos tienen lugar en los países en desarrollo, y el 40% de los afectados no llegan con vida al hospital.

Los pacientes que acuden a la consulta tienen 2-3 factores de riesgo cardiovascular. La hipertensión arterial, la hipercolesterolemia, el tabaquismo, la diabetes y la obesidad son los más prevalentes.

De hecho, William Kannel, a través de sus trabajos constató que un factor de riesgo cardiovascular es una característica biológica o una conducta que aumenta la probabilidad de padecer o morir por una enfermedad cardiovascular en aquellos individuos que la presentan.

En este sentido, quiero resaltar que el tabaco es un producto que incluye más de 4.000 sustancias tóxicas en su composición, capaces de lesionar cualquier órgano del cuerpo humano: cancerígenos, tóxicos cardiovasculares y tóxicos respiratorios.

La relación entre el consumo de tabaco y las principales afecciones crónicas (enfermedades cardiovasculares, cáncer y enfermedades respiratorias, entre otras) está ampliamente demostrada.

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La hipertensión, enemigo silencioso

No obstante, el enemigo silencioso es la hipertensión. Entendida como una presión arterial diastólica ≥80 mmHg y/o sistólica ≥140 mmHg, la hipertensión arterial es el factor de riesgo cardiovascular más frecuente, con una prevalencia superior al 40% en la población de más de 35 años.

Por ello es preciso ajustar la estrategia de tratamiento por debajo de estos valores, para intentar conseguir cifras máximas de 130/80 mmHg.

Probablemente, gran parte del problema se debe a que el propio ciudadano hipertenso desconoce la enfermedad, aunque también contribuye el escaso control médico. Casi el 45% de los afectados no recibe tratamiento y tan solo el 16% de los pacientes está bien controlado.

Los cambios en el estilo de vida que reducen la presión arterial son, entre otros: la reducción de peso, la restricción del consumo de sal y el aumento de la actividad física.

Por otro lado, me preocupa, y mucho, que el 50-70% de los adultos tenga niveles plasmáticos superiores a 200 mg/dl de colesterol. Se ha constatado que, con un descenso de 40 mg/dl de colesterol de las lipoproteínas de baja densidad (cLDL), se consigue una reducción del 20% de la enfermedad coronaria.

Ante esta situación, lo recomendable son unas cifras de colesterol total <200, lipoproteínas de baja densidad (LDL) <70, lipoproteínas de alta densidad (HDL) >45 y triglicéridos < 150. En pacientes con cardiopatía isquémica lo ideal es un colesterol total <150 mg/dl.

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La obesidad

Por otro lado, la obesidad ejerce gran parte de su efecto al favorecer otros factores de riesgo cardiovascular, como la hipertensión, la resistencia a la insulina, la diabetes y la dislipemia. Todos ellos están relacionados estrechamente con el patrón de distribución del tejido adiposo en el cuerpo.

Aunque la distribución abdominal predominante de la grasa es más frecuente en los varones, tanto ellos como las mujeres presentan mayor riesgo de cardiopatía isquémica cuando aumenta su grasa abdominal.

Asimismo, por su influencia perjudicial es esencial eliminar las grasas trans, que son aceites grasos insaturados sometidos a un proceso de hidrogenación parcial para conferirles un estado semisólido.

Algunos alimentos que contienen grasas trans son bollería industrial, porras, churros, margarinas, galletas, palomitas de maíz, caramelos, helados, snacks salados, dulces y productos fast-food.

Sucede todo lo contrario con los omega 3-6-9 (docohexaenoico o DHA, linoleico y oleico), que son ácidos grasos poliinsaturados y monoinsaturados presentes en alta proporción en ciertos pescados y en algunas fuentes vegetales.

Como el organismo humano no los puede fabricar a partir de otras sustancias, el consumo de suplementos tiene efectos muy beneficiosos para el corazón y el cerebro. Así sucede con los esquimales de Groenlandia, que no sufren infartos porque se alimentan a base de carne de foca, con un alto contenido en ácidos omega.

Si la relación entre la actividad física y la salud cardiovascular es clara. De hecho, la actividad física reduce en un 50% el riesgo de enfermedad cardiovascular y aporta energía y buen humor, mejora la apariencia física, el descanso nocturno y la capacidad de socialización, y contribuye a mantener la independencia a lo largo de los años.

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Además, eleva el colesterol HDL y mejora el perfil lipídico, y disminuye la resistencia a la insulina, el peso corporal y las cifras de presión arterial.

Los efectos cardioprotectores se pueden obtener con un programa de ejercicio aeróbico moderado y regular durante 30 minutos y, al menos, tres veces por semana, Se recomienda caminar, hacer bicicleta o nadar. Es importante combinar estas actividades con ejercicios de flexibilidad, elongación, coordinación y equilibrio.

La importancia del ejercicio

Por último, deben incorporarse trabajos de tono muscular y fuerza, siempre de acuerdo con las capacidades de cada uno y supervisados por especialistas. Si se necesita bajar peso, el mínimo diario de actividad moderada asciende a una hora.

Las drogas, y muy especialmente la cocaína, suelen generar importantes trastornos del ritmo. En algunos estudios se han constatado fibrilaciones ventriculares que pueden causar la muerte súbita.

Por otro lado, debemos tener en cuenta los factores psicológicos, como la llamada personalidad tipo A (tendencia a respuestas psicológicas y fisiológicas con un componente de estrés superior a la media), sobre todo en casos con fuerte carga de presión y hostilidad, que se ha asociado a aumento del riesgo coronario.

En definitiva, si sabemos gestionar adecuadamente estos factores de riesgo, podemos evitar morirnos de un infarto.

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