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El sistema electoral español

Mucha gente cree que la democracia existe al haber elecciones populares, pero una elección popular puede adoptar muchas formas y, si no asegura la representatividad y la idoneidad de los candidatos, es un sistema inválido.

Por otro lado, la existencia de elecciones como única manifestación democrática está muy lejos de garantizar la existencia de una democracia.

Con su nombre, demo (pueblo) y cracia (poder) define el hecho que esta sólo es auténtica cuando el poder se encuentra en las manos del pueblo que, por lo tanto, debe elegir, controlar y juzgar la gestión gubernamental, disponiendo de las herramientas legales para hacerlo.

Incluso los políticos aceptan que el “pueblo es soberano”, pero se apresuran a puntualizar que el pueblo ejerce su soberanía por medio de sus representantes.

Claro, que si estos últimos son cuestionables… Los accionistas de una empresa también ejercen su derecho propietario por medio de sus representantes en el directorio, pero eso no les impide controlarlos y disponer de medios para sancionarlos si fuere necesario.

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El sistema electoral español asegura que los “representantes” sólo sean delegados de sus partidos no del pueblo. En el sistema de listas de candidatos, los auténticos votantes son quienes confeccionan las listas. Y no olvidemos que quienes eligieron el sistema son los mismos que se postulan.

EEUU tuvo el sistema de listas hasta 1904, cuando se llevó a cabo “la revolución ciudadana de la boleta larga”, eliminando un sistema considerado amañado para reemplazarlo por el sistema de distritos que impera hasta la fecha.

Con este sistema el territorio se divide en tantos distritos como representantes hay que elegir, y cada distrito sólo elige el suyo. La bondad del sistema es que quita protagonismo a los partidos y permite candidatos independientes.

Pero lo más significativo es que, con el sistema de distritos, se logra que los candidatos representen a los votantes y se avala la idoneidad de los candidatos. Mientras persista un sistema electoral tan cuestionable como el de listas y, sea la única manifestación democrática, cabe preguntarse: ¿Es España una democracia?

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