Las bandas latinas ya no acaparan los titulares de los periódicos y televisiones, como lo hicieron hace una década, cuando eran novedad en España. Sus agresiones, métodos de captación y organización violenta y sectaria alertaron a la sociedad y a las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado, que reaccionaron con rapidez y las descabezaron. Pero en los últimos años nuevos miembros, cada vez más jóvenes, han tomado el relevo en las cúpulas de los Latin Kings, Ñetas y Dominican Dont Play (DDP), entre otros.
Se encuentran, en el argot policial, en estado “latente” o “durmiente”. No actúan porque están reclutando a gente, “creando historial”, buscando su sitio. Captan a sus miembros en parques llenos de jóvenes en paro, en centros de menores y en prisiones. Los nuevos se ven seducidos por el fácil acceso a drogas y sexo y el sentimiento de reconocimiento y comunidad. Por eso cuando delinquen es por traiciones o para proteger su ‘territorio’ ante la llegada de bandas enemigas. Unas actuaciones que se quedan en reyertas más o menos graves pero que no han derivado en homicidios desde el asesinato de un ‘latin’ por unos ‘ñetas’ en Vallecas en 2012.
Sin embargo, el descenso de su actividad delictiva no impide un rebrote en cualquier momento. La Policía lo sabe y por eso ha formado especialistas para controlar a estas tribus urbanas, al estilo de la Brigada de Información con los grupos violentos de ideología extrema. Quizá por ello, en lo que llevamos de década han sido detenidos 350 pandilleros por año, frente a los menos de cien en ejercicios precedentes. Una guerra sin cuartel a la que también se ha apuntado la ya exdelegada del Gobierno en Madrid, Cristina Cifuentes, quien hace dos meses inició los trámites de expulsión de España de 128 cabecillas y miembros de bandas latinas. Lo lleva a cabo aplicando la Ley de Extranjería, que permite revocar la nacionalidad adquirida, anular permiso de residencia y trabajo y repatriar a los inmigrantes delincuentes. Una decisión de calado, aplaudida por gran parte de la opinión pública pero que poco importa a los nuevos líderes pandilleros, la mayoría inmigrantes de segunda o tercera generación y españoles de origen.