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¿A quién votar en las elecciones?

¿A quién votar, a los malos o a los chungos? La democracia vendía como éxito el que “cualquiera podía llegar”. Convertido el mundo actual en puro trampantojo, el problema es, ahora, que ha llegado ese momento: ha llegado el “cualquiera” y la ciudadanía es prisionera, voto en mano, de una elección mala, hagas lo que hagas. Pero claro, hay que votar, pues nos han engañado también con que hacerlo es la cima de la democracia; de la misma manera que algunos nos dicen que la bandera es el País. España o Espuñeta.

Yo de Vox, me quedo con los amplificadores de válvulas y, utilizando parte de un verso de Pedro Larrea: por mí, que durmieran en una silla. Ayuso, me recuerda a mi abuelo, y vuelvo a Larrea: sus ojos de psicópata y el miedo a perder el pasaporte (¡ay!, la españolidad de papel). De Ciudadanos, qué decir, estoy de bipolares, como diría Pérez-Reverte, hasta los cojones.

De los socialistas, lo mismo: siglas huecas en ansia de poder hasta el punto de que éste es más importante incluso que gobernar. Un ejemplo: en la mayor crisis sanitaria del último siglo, el ministro lo deja para aprovecharlo electoralmente en Cataluña. El trasfondo viene a explicar que da lo mismo que esté Perico o Frescales. Acaso no estuvo en Sanidad, en su momento, Leire Pajín, con la pulsera de imanes-cura-lo-todo atornillada a la muñeca. Pues eso.

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Luego está Iglesias, que ha aprendido a fruncir el ceño para hacerse el serio, gesto que ha aprendido también la ministra de Igualdad cuando quiere decir algo presumiblemente importante. Da igual lo que digan, la verdad, son el más absoluto desengaño, la representación perfecta de lo odiado por ellos mismos no hace tantos años; y resulta curioso verlos clamar al cielo por cuatro balas escabullidas en una carta (acto cobarde y deleznable, todo hay que decirlo) en lo que no deja de ser una boutade, para luego estar de cañeo político con ciudadanos ejemplares y delito de sangre chillando como un loro sobre el hombro. Así está el panorama.

Ad latere. Como ya no sé en qué día vivo, he tenido que mirar de reojo el calendario y asegurarme de que no era 28 de diciembre al leer el titular –Público- “Los obispos se ponen de perfil ante la propuesta de hacer santo a Franco”.

Aun parece que hay que agradecer y tomar como apertura lo del silencio oficial a tamaña petición, y que sólo hubiera algunas promesas de apoyo al oído. ¿Qué sería lo siguiente? Ponerlo de Patrón de Ferrol y enviar a San Julián a un ERTE. Lo más cachondo de todo es que para la santidad se requieren tres milagros, y aquí lo que se plantea es uno y de ámbito judicial en el que, sin duda, el fiscal era la más absoluta reencarnación del diablo. Cosas veredes.

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