Usted está de vuelta de vacaciones, desalojándose como quien dice la arena de las axilas. Mientras conduce en dirección a la capital, dedica unos minutos a meditar si vale la pena perder la calma tan a menudo -reservas, trayectos, equipajes, horteras por doquier- en lo que dura tiempo tan precioso, sucinto y en principio concebido para el relajo y el solaz; y secretamente cultiva la prometedora ilusión de quedarse en casa el verano que viene sin hacer absolutamente nada, como medio de descansar efectivamente.
Al llegar a casa decide bajar al quiosco a comprar prensa, pues lleva algunos días desconectado de la actualidad informativa. Un titular le golpea directo a las meninges: "Censuran en Reino Unido episodios de Tom y Jerry de los años 50 porque aparecen fumando". Tras evacuar un par de interjecciones de pura perplejidad, usted quiere achacar la existencia de semejante texto a la sequía de noticias que sufren los diarios en agosto. Pero usted, que es inteligente, se da cuenta de que la cosa, que naturalmente es como para revolcarse por el suelo de risa, en el fondo reviste la gravedad de una premonición trágica. Porque si los estólidos paladines de la corrección política se han puesto ya a hacer el payaso a estos niveles, significa que creen -acertadamente- que llevan tanta ventaja en la batalla mediática por la imposición del retroprogreso que han perdido el miedo a hacer el ridículo. De hecho -y esto es lo preocupante- cada vez hay menos gente que suelte interjecciones ante estas sandeces, sino que las considera espinosas problemáticas que cabe debatir sesudamente a la hora del café. Y ya tenemos ahí la pandemia intelectual victoriosa.
Usted se adentra luego en la sección de Nacional y descubre que un dirigente peneuvista ha comentado a propósito de la kale borroka que es que la juventud necesita desfogarse, que es lo que tiene, ya ves. Pero a usted le aguarda todavía algo peor dentro del buzón, donde halla una cartita de la Jefatura de Tráfico que le comunica que un guardia civil apostado tras unos matorrales le ha denunciado por hablar por el móvil en una carretera comarcal a 23 Km/h, por lo cual deberá soltar 150 euros y algún puntito del carné que otro, y si se pone usted chulo -le advierte la Jefatura- la multa puede ascender a 1.500 euros, y dé usted gracias de que ya no haya galeras para mandarle a remar, so insolente, temerario, vándalo, mamoncete.
En este punto usted ya explota, revienta, se amotina. O sea, que existe una tribu de chupacharcos en el norte de España destrozando, vejando, oprimiendo y matando, mientras usted, que rebana mes a mes su sueldo de gris oficinista legal para pagarse unas vacaciones, tiene que aparecer ante las autoridades como un delincuente y financiar con su honrado salario alguna chorrada municipal de algún visionario con cargo político. Si usted es un contribuyente cumplidor, a poco que conduzca, fume o se le ocurra comentar que la foca ártica le deja frío o que le asustan los transexuales, su condición caerá por debajo de la de un intrépido combatiente del ejército de liberación vasco. Conclusión: usted se convertirá en un quinqui si quiere aspirar al respeto de las autoridades y a las subvenciones de los políticos. Acaricia el sueño de fundar un grupo armado de anarquistas de clase media contra los esclavistas iletrados de la administración, los hipócritas de la vida por un voto, los polis que se la cogen con papel de fumar y los imbéciles cursis que se escandalizan de que el gato Tom líe un cigarro mientras llaman amor al sexo de instituto. Y mandar todo a la mierda.
Pero usted no lo hará. Seguirá currando y pagando sus multas y contemplando demudado el avance de la conjura de los necios. Porque usted es un tipo decente. No como otros.