Se trata probablemente de la cumbre creativa de Danny Boyle, célebre por haber dirigido Trainspotting en 1996. Ya sólo el arranque ilustra el modo de proceder de Boyle, pues asistimos, por un lado, a la emisión del programa ¿Quieres ser millonario?, en su versión india, en donde un joven llamado Jamal está a punto de ganar el mayor premio de la televisión de su país; y por otro, a las torturas a que es sometido el mismo concursante por ser sospechoso de hacer trampa. Con la excusa del interrogatorio de la Policía, de modo muy inteligente, Boyle va introduciendo entonces la historia de Jamal. Con esos primeros minutos, el director inglés atrapa enormemente la atención del espectador y además le “explica” que no va a ver precisamente una comedia, sino un film altamente dramático. Porque, desde su más tierna infancia, la vida del protagonista ha sido una horrible pesadilla. El dramatismo aumenta gracias al uso estudiado de las angulaciones, a la potencia del sonido y la música, y al vivo montaje, a veces muy agresivo, que recuerda de alguna manera al estilo de Fernando Meirelles en Ciudad de Dios.
Ciertamente, la imagen de la India no sale muy bien parada. Jamal es lo que se llama un “perro de chabola” (el “slumdog” del título), un absoluto paria que se ha criado junto a su hermano en la más deplorable miseria en los suburbios de Bombay. Y el guión habla sobre todo de las mafias que esclavizan cruelmente a inocentes niños. Esto, dicho sea de paso, da lugar a una de las escenas más estremecedoras que se recuerdan y que muestra los extremos de vileza a los que puede llegar el ser humano. Pero Boyle no busca regodearse en la violencia ni en la degradación moral; más bien centra su atención en la capacidad del protagonista por superar los obstáculos y conseguir el amor, aun cuando todo eso parece cosa de ciencia ficción. Realmente, como dice uno de los personajes, él nunca se rinde. Y eso reconforta.
También son atractivas las dualidades del film: la libertad y el destino, el difícil equilibrio entre los hermanos, y el juego entre verdad y mentira, es decir, entre la vida real, a menudo llena de sufrimiento, y el mundo de la televisión, lleno de falsedad y apariencias. Por supuesto se ofrece asimismo una bella reflexión acerca de que la verdadera riqueza no está en el dinero. El clímax final, montado por acciones paralelas, es absolutamente gráfico en este aspecto. Por último, hay que destacar la soberbia interpretación de Dev Patel, un actor con cara de pánfilo y prácticamente debutante, pero que hace un trabajo extraordinario. Y se agradece el homenaje final del director al cine de Bollywood, con ese ‘fantasioso’ número musical en la estación, divertido broche final lleno de esperanza.