Pasa a todos que algunas veces nos decimos a nosotros mismos -con autoengaño evidente y consciente-: "Esto lo dejo para verano, que tendré más tiempo". Así, vamos aparcando proyectos interesantes, que entendemos nos vendría bien abordar por el motivo que sea, pero que ahogamos por una supuesta falta de tiempo, escondite más bien de una pereza mental importante, o una desidia asesina de nuestros mejores recursos. No sólo me refiero a esos libros o artículos que requieren cierta concentración y tranquilidad para poder exprimir su contenido, y que nunca llegan a leerse, sino también a planes familiares, hobbies de diverso estilo y otras inquietudes culturales o deportivas, que pueden ser machacadas por un simple, pero demoledor, “esto lo haré cuando llegue el verano".
Quizá, por si hubiera algún lector excesivamente sensible en este campo, lo primero que tengamos que señalar es lo obvio: las vacaciones de verano tienen un objetivo importante de descanso, es decir, de relajación de mente y cuerpo en compañía de la familia. Relajación, por cierto, que es todo lo contrario a vaguear. Por eso, entre otras medidas parece claro el interés por dormir más, y comer mejor. ¿Qué se puede hacer en vacaciones? Todo y nada. No es infrecuente escuchar con horror en septiembre una respuesta terrible, que resume el desarrollo del período estival: "No he hecho nada". Hacer nada es lo peor que nos puede ocurrir. Todos estamos hechos para hacer algo con alguien siempre. Se debe descansar. En el campo, en la montaña, en la costa (de intento digo costa, y no playa, porque entiendo que pasar diez horas al día tirado, tirada, en la arena, es un despropósito total), viajando al pueblo de los abuelos, de los padres, viajando a otros países, y un largo etcétera.
Plantéese como quiera las vacaciones, pero hágalo, no deje que el calor le coma, y la pereza mental y corporal le abata un año más. Sólo se requiere un poquito de orden y voluntad para poder descansar y aprovechar el cambio de actividad que, en el fondo, es lo mismo. Saque los aperos para la pesca, las botas de paseo, la pala del niño para la arena y la sombrilla, la maleta grande para viajar y el bañador. No deje de revisar el estado de los frenos del coche e informarse del clima que tendrá en el lugar de destino. En todos los casos, no deje de desempolvar su mejor ánimo, su sonrisa para que todos los que le acompañen en sus vacaciones, y aquellos con los que coincida, disfruten de las suyas, que también son muy merecidas. Usted lo pasará mejor en la medida que los demás lo pasen muy bien.
Es probable también que sea el momento idóneo para llevarnos un libro, una novela -o dos, o tres-, una guía completa del lugar que vamos a visitar. El descanso tiene varias facetas interconectadas que deben ponerse en marcha a la vez y con la misma intensidad: descanso del cuerpo -paseos, deporte, buenas comidas, sueño controlado, bebida controlada-, y descanso del alma -conocer nuevas personas, lugares, culturas-. Alimentar las ideas con buenos libros, que requieren esfuerzo y atención.
No se olvide que mientras usted descansa, otros velan: el guía de montaña, el camarero que le sirve, la azafata que le atiende. Y tampoco olvide que mientras usted descansa, otros lo hacen también: el pasajero que lleva en el asiento de atrás, el coche compañero de atasco, el vecino del apartamento de al lado. Que usted y yo descansemos no quiere decir que nos convirtamos en dictadores de nuestros próximos. Nada más lejos. Seguramente, el descanso tiene mucho que ver con el servicio y con el saber cambiar de actividad sin caer en el ocio malsano -que mata alma y cuerpo- o en la vulgar y degradante pérdida de tiempo.