La muerte ha rondado invisible en lentos vuelos sobre Rocío Jurado tratando de evitar el choque con buitres y zopilotes entretenidos en jugar a las cartas y comer bocadillos a la espera del gran festín del morbo. Las cadenas de televisión han mandado, como chulazos que son, a sus contratados temporales en ansias de plató, para hacer la calle Montera de la moral, micrófono en mano como si fuera un consolador en vísperas de violación.
Los más tirados de pasta han vivido encantados de que la agonía se alargara para cobrar más tiempo esos pluses con los que se irán de vacaciones a Tarifa o a Conil. Los trepas, ansiando salir unos minutos para hacer méritos y pasar en un futuro cercano a hacerle la corte televisiva a la presentadora petarda del lujo y amor que corresponda. Y los retorcidos cerebros que organizan el cotarro, especulando por la hora y día de la muerte para calcular en cual de los programas de víscera hay que injertar los montajes de una Rocío muerta, hechos cuando aún luchaba por vivir. Alguno, incluso, soñaba con que todo transcurriera durante la transmisión en directo de su programa, algo contra lo que la competencia no tendría nada que hacer. La necesidad de ser los primeros en dar la noticia ha llevado a anunciar la muerte de la Jurado cuando ésta no se había producido; esto nos demuestra que entre contrastar para dar una noticia veraz y ser el primero en darla aunque no sea cierto, prima lo segundo, pues a rectificar siempre habrá tiempo.
Es en las grandes desgracias donde puede verse la verdadera esencia de las personas y donde hay que posicionarse en el blanco o el negro, abandonando ese gris falso y aparente que rige nuestra vida cotidiana. Aquí, la familia de Rocío, en el papel más difícil, ha demostrado de qué madera está hecha, mientras que todos esos impresentables, con su papel secundario de dos frases, se peleaban entre ellos sacando pecho a ver quién tenía más información y cuántas veces había hablado con la familia en las últimas horas. Las presentadoras ponían ojos lánguidos de la misma manera que afilan la sonrisa cuando es menester y algún precoz ya tenía bajo focos a un antiguo novio-representante con ganas de sacarse unos durillos. Eso sí, todos empezaban explicando que lo hacían con el mayor respeto. Suave que me estás matando…
A Rocío le ha fallado la prensa que tanto respetó, ha sido vendida en el momento más terrible de su vida por unas monedas a repartir entre los Judas de la televisión. Y me da pena escribir este artículo que tendría que ser de homenaje y no de crítica, y no poder recordar aquella mágica noche donde Rocío se reía, disfrutando de un whisky, para terminar cantándole a una Chavela Vargas que le devolvió el cante. O cuando me la presentó mi editor, Luis Aguado, en el Mayte Commodore, el día que, entre gin-tonics, firmaba mi primer contrato editorial.