Hay presidentes malos. Hay presidentes mediocres. luego está Pedro Sánchez, un caso de estudio en oportunismo político, cinismo sin límites y erosión institucional. No ganó las elecciones, mintió a sus votantes, se alió con quienes juró no pactar y gobierna España como si fuese su finca privada. ¿Lo más grave? Lo hace sin presupuestos, sin vergüenza y con la ayuda de prófugos y enemigos del Estado.
Pedro Sánchez es, en esencia, una anomalía democrática. Un líder que ha hecho del poder un fin en sí mismo, dispuesto a arrodillarse ante quien sea con tal de resistir un día más en La Moncloa. Ha entregado el alma del país a cambio de unos votos y, mientras tanto, los españoles miramos atónitos cómo se desmantela el Estado de Derecho desde dentro.
Tres años sin presupuestos: una tomadura de pelo nacional
Gobernar sin presupuestos es como pilotar un avión sin planos de vuelo. Es temerario, irresponsable y profundamente antidemocrático. Sánchez lleva tres años prorrogando unas cuentas públicas caducadas, sin pasar por el filtro del Congreso. Ni siquiera se molesta en disimular: no hay negociación real, no hay debate parlamentario, no hay respeto por las formas. Solo hay imposición y propaganda.
Y lo más insultante es que pretende vender esta parálisis como una estrategia de estabilidad. ¿Estabilidad para quién? Para él. Porque mientras la economía se estanca, la deuda se dispara y la presión fiscal ahoga a familias y empresas, Sánchez continúa inaugurando polideportivos con cara de estadista. Pura fachada.
Puigdemont manda, Pedro Sánchez obedece
La imagen más grotesca de esta legislatura es la de un presidente del Gobierno de España subordinado a un prófugo de la justicia. Carles Puigdemont, desde su escondite en Waterloo, marca las condiciones del Gobierno como quien dicta cláusulas de un contrato mafioso. Y Sánchez firma, acepta y calla.
La ley de amnistía es el mayor acto de cobardía institucional desde la Transición. No solo borra delitos, humilla a jueces y pisotea a las víctimas; sienta un precedente nefasto: que con violencia, deslealtad y chantaje se pueden conseguir privilegios. Si esto no es una claudicación, ¿qué es?
El pacto con Bildu: el tabú que dejó de serlo
En otro tiempo, un presidente que pactara con los herederos de ETA habría sido condenado al ostracismo político. Hoy, Sánchez no solo pacta con Bildu, sino que les entrega ayuntamientos, les da protagonismo y les convierte en socios habituales. Ha normalizado lo inadmisible. Ha blanqueado a quienes jamás han condenado el terrorismo.
Se ha hablado mucho del relato. El presidente ha reescrito el suyo a base de mentiras. En campaña prometió no pactar con Bildu, con ERC, con Podemos. Hoy son sus socios, sus aliados, su escudo parlamentario. Cuando se le pregunta por ello, se encoge de hombros y responde con arrogancia: “¿Y qué?”. La deshonestidad como estilo de gobierno.
Gasto descontrolado, deuda histórica y clientelismo institucional
La política económica del presidente es un desastre con patas. El gasto público está fuera de control, la deuda alcanza cifras récord y la única solución que se le ocurre es subir impuestos a diestro y siniestro. No hay reformas estructurales, no hay incentivos al emprendimiento, no hay estrategia. Solo cheques, propaganda y una red clientelar que alimenta con dinero público.
España no crece, se endeuda. Y lo hace a un ritmo que hipoteca a generaciones futuras. Sánchez no gobierna para construir país, gobierna para comprar lealtades. Y eso, tarde o temprano, se paga.
El asalto a las instituciones de Pedro Sánchez
La democracia no solo se basa en votar cada cuatro años. Se sustenta en pesos y contrapesos, en medios libres, en jueces independientes, en órganos imparciales. Sánchez ha intentado controlar cada uno de ellos. Ha manipulado RTVE, presionado a la prensa crítica, colonizado el CIS, y ahora quiere un Poder Judicial a su medida.
Su idea de democracia es un espejo del chavismo: pluralismo en apariencia, autoritarismo en esencia. Se presenta como defensor del progreso, pero actúa como un autócrata. Y lo peor es que muchos callan por miedo o por interés.
Sánchez no es el problema, es el síntoma
El líder del PSOE no ha llegado hasta aquí solo. Ha sido aplaudido por medios afines, sostenido por socios sin escrúpulos y tolerado por una oposición débil. Pero ya no hay lugar para matices ni equidistancias. Su gobierno no es un mal menor: es una amenaza seria para la calidad democrática de España.
Tres años sin presupuestos. Pactos con quienes quieren destruir la nación. Ataques al Poder Judicial. Sumisión a regímenes autoritarios. Sánchez no es un presidente. Es un ocupante del poder que ha hecho del cinismo su bandera y del chantaje su método.
Y si España no despierta pronto, lo que empezó como una anomalía puede terminar como una tragedia democrática.