No es un juego

Parece que los españoles estamos al fin sacudiéndonos de encima nuestro histórico complejo de inferioridad en la escena internacional a golpe de éxito deportivo. Aún hay simples que creen que el deporte es un mero juego. Vaya usted a decirle eso a los compatriotas que se desgañitan en Colón, a los que han ahorrado para estar en Alemania,  a los que se emocionan con las lágrimas contenidas de Nadal en París, a los que comparten las venitas hinchadas de euforia de Alonso en el podio, a los que se dejan barba a lo Gasol, a los que se inclinan en el sofá cuando Pedrosa toma una curva. No, señores: el deporte no es un juego. Es la proyección de nuestra identidad, la vivencia de nuestras ilusiones y el sustitutivo reconcentrado de la vida. Uno trabaja con el ánimo más ligero cuando sabe que esa tarde juega España. Dicen los cenizos que el patriotismo dura lo que dure la victoria. Pero ese argumento encierra, paradójicamente, otra gran verdad: si tan grande es la decepción final, es porque grande fue la esperanza previa. J. B.

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