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Manuel de la Peña: «La vitamina D, la hormona de la vida»

El doctor Manuel de la Peña afirma que pronto viviremos 120 años

La vitamina D tiene propiedades antiinflamatorias, antioxidantes y neuroprotectoras que contribuyen con la salud del sistema inmune, la función muscular y la actividad de las células cerebrales

Por Manuel de la Peña

La vitamina D juega un rol esencial en el sistema nervioso, muscular e inmunitario. Ayuda al cuerpo a absorber el calcio, que es uno de los principales componentes de los huesos. Las investigaciones demuestran que niveles bajos de vitamina D en la sangre están asociados con el deterioro cognitivo.

Como decía Isaac Newton, «si he conseguido ver más lejos, es porque me he aupado en hombros de gigantes». En realidad, la vitamina D es una hormona, porque actúa en prácticamente todos los órganos y sistemas del organismo, ya que se trata de varias sustancias complejas interconectadas.

Se sintetiza en nuestro organismo gracias a las funciones combinadas de la piel, el hígado y el riñón. En su mayor porcentaje, se sintetiza a través de la piel tras la exposición a la luz solar directa que convierte un químico en la piel en la forma activa de la vitamina (calciferol).

Solo una pequeña parte proviene de la dieta para, posteriormente, originar cambios en su estructura en hígado y riñón para formar la hormona activa. De hecho, la principal fuente de vitamina D es la producción en la piel tras la exposición a la radiación solar, de la que se obtiene hasta el 90% de la vitamina D.

Su producción por la exposición solar es variable según la hora, la latitud y la pigmentación de la piel, y la aplicación de protector solar reduce la producción cutánea de vitamina D. Las personas de piel oscura tienen menos capacidad de producir vitamina D porque la melanina de su piel compite con el precursor de la vitamina D por los rayos solares.

Según dónde vivas y cuál sea tu estilo de vida, la producción de vitamina D puede disminuir y ser completamente nula durante los meses de invierno. Con la edad, el organismo reduce la capacidad de sintetizar la vitamina D. A partir de los 50 años, tanto hombres como mujeres empiezan a perder la capacidad de fabricar esta hormona.

Los adultos mayores son de riesgo porque su piel no produce vitamina D cuando toman sol tan eficientemente como cuando eran jóvenes, y sus riñones son menos capaces de convertir la vitamina D a su forma activa. Además de la edad, el factor ambiental juega un papel clave asociado al déficit de vitamina D.

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Aunque España sea uno de los países que cuenta con más horas de sol de Europa, los niveles de vitamina D de los españoles están por debajo de los de otros países europeos. Muchos adultos mayores no se exponen de forma regular a la luz solar y tienen problemas para absorber la vitamina D.

El déficit de esta hormona, cuya incidencia se estima en más del 60% de la población sana, tiene serias repercusiones de diverso alcance sobre la salud. Este porcentaje va a en aumento a medida que la población envejece, llegando a un 87% las personas que sufren insuficiencia de vitamina D.

Se ha afirmado incluso que las personas a partir de esta edad necesitarían unos ocho litros de leche o más de veinte huevos diarios para tener la dosis necesaria. En mayores de 18 años, la ingesta mínima recomendada es 800 UI/día, aunque pueden requerir hasta 1.500-2.000 UI/día.

Las personas que tienen un mayor riesgo de sufrir este déficit de vitamina D son las que padecen enfermedades que provocan su mala absorción, como las personas celíacas, con osteoporosis, pacientes con cirugía de bypass gástrico, las que toman ciertos medicamentos que afectan al metabolismo de esta vitamina, las que tienen sobrepeso-obesidad o las que sufren insuficiencia renal.

También tienen un mayor riesgo de padecer este déficit de vitamina D los ancianos institucionalizados, las embarazadas o las mujeres en situaciones de lactancia.

La vitamina D se sintetiza a través de la piel y solo una pequeña parte proviene de la dieta. Los alimentos con un contenido significativo de vitamina D son escasos: pescados grasos como el salmón, las sardinas y la caballa, los huevos y el hígado, así como los alimentos enriquecidos, sobre todo los lácteos.

No obstante, en muchos de ellos el aporte de vitamina D es bajo, por lo que en situaciones de déficit de vitamina D por insuficiente exposición solar será necesaria, en la mayoría de los casos, la suplementación farmacológica.

Las cifras bajas de vitamina D se relacionan con cansancio, debilidad muscular y dolores articulares y, por lo tanto, con el aumento del riesgo de caídas. Estos trastornos incrementan el riesgo de fracturas.

En 1920, el premio Nobel alemán Adolf Windaus descubrió la estructura molecular de esta hormona, ya que cuenta con receptores en partes clave del organismo como los huesos, el páncreas, el sistema cardiovascular o el sistema inmune.

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La vitamina D juega un papel clave relacionado con la absorción intestinal del calcio o el mantenimiento de la homeostasis ósea y muscular a través de la modulación del metabolismo del calcio y el fósforo (funciones endocrinas). Además, presenta funciones paracrinas y autocrinas, regulando la proliferación y la diferenciación celular.

En los últimos 20 años han surgido distintos estudios que establecen que el 3% del genoma humano está regulado directa o indirectamente por la vitamina D. Como afirmaba categóricamente Platón: «En torno a la esencia está la morada de la ciencia».

La deficiencia prolongada de vitamina D causa raquitismo a los niños en fase de crecimiento y osteomalacia en los adultos. El problema en ambos trastornos se debe a la falta de mineralización del hueso. Los síntomas más comunes son dolor que se origina en los huesos, principalmente en la pelvis, la columna vertebral y las costillas.

También pueden observarse deformidades de los huesos del tórax y disminución de los niveles de calcio en sangre. La insuficiencia de vitamina D contribuye al desarrollo de osteopenia y osteoporosis, que suponen una disminución progresiva de la cantidad de hueso.

El dolor óseo, la presencia de deformaciones en los huesos (sobre todo en tórax), los niveles en sangre bajos de calcio o fósforo, o la presencia de osteoporosis y fracturas deben hacer sospechar déficit de vitamina D.

Diversas enfermedades autoinmunes como la esclerosis múltiple podrían relacionarse con concentraciones bajas de vitamina D en sangre. Los niveles o dosis de vitamina D óptimos regulan favorablemente la inmunidad.

La investigación hecha a lo largo de los años ha demostrado que mantener niveles adecuados de vitamina D puede generar un efecto protector y reducir el riesgo de desarrollar esclerosis múltiple. En definitiva, «la vida no es sino una continua sucesión de oportunidades para sobrevivir», como apuntaba Gabriel García Márquez.

Cuando una persona tiene esclerosis múltiple, su sistema inmunitario ataca el recubrimiento que protege a las células nerviosas (mielina). La investigación sugiere que se podría establecer una conexión entre la vitamina D y la esclerosis múltiple con los efectos positivos que tiene la vitamina D en el sistema inmunitario.

Como afirmaba Sófocles, «quien no ha sufrido lo que yo, que no me dé consejos». Nuevos estudios de investigación están estudiando la vitamina D por su posible vínculo con otras afecciones médicas, incluyendo diabetes, presión arterial alta, cáncer y otras enfermedades autoinmunes.

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Debemos realizar análisis de la vitamina D en cada paciente y suplementar cuando los niveles en sangre sean inferiores a 20ng/mL. Se mide en sangre y los valores normales son de 30-50 ng/mL, y lo ideal es no pasar de 100ng/mL.

En otros países, las autoridades sanitarias han optado por reforzar los alimentos lácteos con vitamina D y, de esta manera, su población cuenta con niveles adecuados de vitamina D. En las personas con déficit (sea severo o no) la suplementación mejora en gran medida los niveles físicos y metabólicos.

El médico es el que debe prescribir y monitorizar los niveles de vitamina D de su paciente y personalizar el tratamiento necesario.

La hipervitaminosis por suplementos farmacológicos suele ser a partir de niveles en sangre superiores a 150ng/mL donde puede producir los siguientes efectos adversos: náuseas y vómitos, poco apetito y perdida de peso, estreñimiento, debilidad, confusión y desorientación, aumento de la frecuencia cardíaca, cálculos renales y daño renal.

El nivel de calcio en la sangre puede causar hipercalcemia y el exceso de calcio se podría depositar en las arterias. En estos casos hay que suspender la toma de suplementos. Por este motivo, siempre sugiero un control estricto Y periódico de análisis de sangre para evitar sobrepasar los niveles óptimos para mantener al máximo nuestra vitalidad y longevidad.

«Primum non nocere», lo primero es no hacer daño a un paciente. Siempre tengo presente esta máxima a la hora de tomar decisiones clínicas, siguiendo el ejemplo de Hipócrates (V a.C.), padre de la medicina y autor del Corpus hippocraticum. El principio hipocrático debe ser el ‘core’ de nuestra praxis médica.

En medicina, es esencial el sentido común que, cuando lo aplicamos en nuestra práctica clínica, evitamos numerosos problemas y minimizamos el riesgo en nuestras actuaciones médicas. Máxime en unos días en que los médicos hemos de vivir atrincherados en un «sistema de medicina defensiva», que no debería desvirtuar nuestro objetivo de curar.

Por todo ello, coincido plenamente con lo que decía Aristóteles, «la inteligencia consiste no solo en el conocimiento, sino también en la destreza de aplicar los conocimientos en la práctica».

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