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Las capeas de antes

Julián R. de la Pica

Llegaron los días de intenso calor, los días del verano, y con ellos las fiestas de los pueblos de una gran parte de España. Recordando las fiestas  de los pueblos de la comarca talaverana de aquellos lejanos años de mi primera juventud, con mis 15 años llenos de vida, de ilusión y de aventuras toreras junto a  la panda de amigos que nos íbamos a las capeas o vaquillas como también las llamábamos, de los cercanos pueblos, entre ellos Mejorada, Segurilla, Cervera de los Montes, Sotillo de las Palomas, San Román de los Montes, Castillo de Bayuela, Real de San Vicente, Pepino y algunos más. En aquellos años de la postguerra, cuando el hambre azotaba a las capitales de provincia y grandes ciudades (entre ellas figurabna Talavera), las pandas de amigos que teníamos la suerte de ir a los pueblos de Sotillo de las Palomas y San Román de los Montes lo hacíamos con la ilusión de saber que seríamos bien recibidos en estos hospitalarios lugares y ser bien agasajados.

Sus habitantes se desvivían por atender a los chavales que asistíamos a sus fiestas y era para ellos una cuestión de honor e hidalguía el llevar a comer a sus casas el mayor número posible de forasteros (¡qué tiempos aquellos!).

Estos dos pueblos merecen por mi parte un especial y merecido homenaje de simpatía y agradecimiento por lo bien que se portaron con aquellos chiquillos de Talavera.

Aquellas carreteras y caminos conocieron las pisadas de muchos aspirantes a toreros, muy pocos llegaron a ser figuras de cartel, pero la ilusión de sus jóvenes años les hacían preservar en la dura lucha con aquellas vacas viejas y resabiadas que “sabían latín”. Entre aquellos maletillas hubo uno que llegó a ser una primerísima figura de la novillería y que por azares del destino no llegó a tomar la alternariva de matador de toros; Alfonso Galera Loseta es su nombre y desde estas páginas le envío un cariñoso saludo.

Volviendo a recordar aquellos tiempos de ir a las vaquillas de los pueblos algunas veces lo hacíamos en bicicleta de alquiler, que Villarroel (otro popular talaverano) nos alquilaba por 2 pesetas la hora y 16 pesetas si era para un día, que comprendía desde la hora del cierre del taller hasta las 9 de la mañana del día siguiente festivo.

A este taller que estaba en la calle de Barrio Nuevo, enfrente de donde actualmente está el despacho de las quinielas, acudíamos los chavales para alquilar las bicicletas, ya que por aquellos años era un ñujo tener una “bici”.

Como es lógico nos aprovechábamos al máximo desde el primer momento que cogíamos la bicicleta y ya casi de noche nos dábamos unos buenos paseos por las afueras de Talavera.

Y el domingo, día de irnos a los vecinos pueblos a “torear” las vaquillas cuando el sol apenas despuntaba con sus rayos, enfilábamos por las terrosas y polvolientas carreteras de entonces.

La sangre joven que corría por nuestras venas nos hacía multiplicar nuestras fuerzas y solíamos “picarnos” en el trayecto haciendo apuestas a ver quién subía el primero determinada cuesta o llegaba antes al pueblo donde nos desplazábamos.

Entre estos pueblos por aquel entonces había algunos que mañana y tarde de los 5 días que duraban los festejos soltaban vaquillas en gran cantidad con los consiguientes revolcones, sustos y carreras de los atrevidos que saltaban a la arena.

Y ya por la tarde cuando apenas había luz del día, terminada la fiesta taurina, se regaba la plaza y daba comienzo el baile “apretado”del pasodoble hasta que  los bailarines terminaban sin fuerzas y agotados en la madrugada.

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