Las elecciones europeas de 2024 se celebrarán del 6 al 9 de junio y prometen ser un auténtico terremoto político, o eso nos quieren trasladar. Los sondeos, la opinión política y mediática “oficialista” anticipan un «inquietante resurgimiento de la ultraderecha», un fenómeno que muchos califican como una «vuelta al pasado». Pero ¿qué ha llevado a tantos ciudadanos europeos a abrazar estos aires de cambio radical? La respuesta parece residir en un profundo hartazgo de la sociedad frente a unas políticas que, según percibe una gran parte de la población, han fracasado estrepitosamente en los últimos 30 años.
La creciente desigualdad se percibe en cada rincón del continente. Hoy en día, muchos jóvenes ven sus expectativas de vida radicalmente frustradas. Atrás quedaron los tiempos en los que soñaban con poder formar una familia autosuficiente económicamente, adquirir una casa en propiedad y tener una jubilación digna. En cambio, el futuro se presenta incierto y sombrío. El esfuerzo, el sacrificio y la voluntad de mejorar han cedido terreno a valores que promueven el hedonismo y la crítica al mérito ajeno.
Un espectro político etiqueta de «ultraderechista y fascista» a quienes, hasta hace poco, compartían las mismas opiniones políticas que el resto. Pero ¿qué ha cambiado? ¿quizás que esas personas simplemente están cansadas de ver cómo algunos de aquellos que menos aportan por su falta de compromiso social y colectivo -y se vanaglorian- son los que más exigen y reciben?; o al menos eso se percibe. La frustración resulta comprensible en una sociedad donde el trabajo duro y la responsabilidad personal parecen haber desaparecido.
En este contexto, figuras como Nayib Bukele en El Salvador, Javier Milei en Argentina y Giorgia Meloni en Italia se han convertido en referentes. Sus discursos, que prometen mano dura y reformas drásticas, están ganando terreno, especialmente entre la juventud. En Argentina, por ejemplo, Milei ha desmantelado lo que en España sería el equivalente al Ministerio de Igualdad; lejos de percibirse como una catástrofe, este tipo de medidas ha contado con el respaldo de más del 50% de la población.
La socialdemocracia atraviesa una crisis, el comunismo parece alcanzar su punto de implosión (afortunadamente) y la credibilidad del establishment burocrático internacional se encuentra seriamente cuestionada. El 9 de junio, la Unión Europea podría presenciar movimientos telúricos que auguran sorpresas para unos y honda preocupación para otros.
Como escaparate, en la amada y hermana Argentina, la justicia está a punto de iniciar procesos penales contra organizaciones sindicalistas piqueteras, a quienes allí ya denominan coloquialmente como los «gestores de la pobreza». Estos personajes, apoyados por ciertos políticos y sindicalistas en Europa, decían defender a los más necesitados y a los desempleados, pero podrían haber estado viviendo a costa de los pobres, obligándoles a participar en marchas y manifestaciones bajo amenaza de no darles de comer, o retirarles subsidios. Un escenario repugnante que ha puesto a temblar a muchos. Así, en España, figuras como Alvise Pérez que prometen un cambio similar podrían obtener representación europarlamentaria (de hecho, partidos políticos ya lo reconocen en privado). ¿Estamos, acaso, ante un reflejo del hartazgo de la sociedad?
¿Quizás ese vecino, familiar o compañero de trabajo al que ahora se llaman despectivamente “de extrema derecha” simplemente se ha cansado?, o está harto de ver corrupción, injusticias y desigualdades provocadas por un sistema que permite que estudiantes pasen de curso con suspensos o que personas que no quieren trabajar sigan recibiendo ayudas, “porque sí”, mientras pymes demandan camareros, taxistas, conductores, electricistas y dependientes.
La clase política debería tomar nota. El toque de atención resulta claro y contundente. La gente se siente cansada de un sistema que parece premiar la mediocridad y castigar el esfuerzo. Los resultados de estas elecciones europeas podrían reflejar esta indignación, no residual.
Veremos qué ocurre en estos comicios. Pero lo que está claro es que la política europea se encuentra en un punto de inflexión. El “retorno de la ultraderecha” no representa solo una cuestión de ideología; simboliza un profundo descontento con el estado actual de las cosas. Si la clase política no responde adecuadamente, este descontento solo seguirá creciendo.
¿Resulta realmente ultraderechista querer que quienes trabajan duro y contribuyen a la sociedad reciban su merecida recompensa?, ¿o simplemente se trata de una demanda de justicia y equidad en un mundo que parece haber perdido el rumbo? La respuesta a estas preguntas podría definir el futuro político de Europa. Lo que está claro es que este plebiscito podría marcar el inicio de una nueva era, una en la que los ciudadanos, cansados de promesas vacías y políticas ineficaces, decidan tomar un camino diferente, aunque este camino nos lleve a explorar nuevas ideas hasta hace poco nunca imaginadas.
El hartazgo resulta real y palpable. Las políticas de las últimas tres décadas no han cumplido sus promesas y la sociedad responde en consecuencia. Los próximos comicios europeos reflejarán este sentimiento. Y, quién sabe, tal vez este sea el primer paso hacia un cambio más profundo y significativo en el panorama político europeo. Solo el tiempo lo dirá.
En definitiva, la clase política debe entender que los ciudadanos ya no aceptan la ineficiencia, la corrupción y la injusticia. El 9-J podría representar un punto de inflexión, mostrando que los europeos quieren un cambio verdadero y están dispuestos a explorar nuevas alternativas. El mensaje resulta claro: basta ya de promesas vacías, la gente exige resultados tangibles y una sociedad más justa; pero de verdad.