El joven reconoció tras ser detenido que se había comido a su madre porque «no sabía qué hacer con el cadáver».
Alberto Sánchez Gómez, conocido como el ‘Caníbal de Ventas’, ha declarado en el juicio que «oía voces» que le incitaban a matar a su madre y que escuchaba «mensajes ocultos» en la televisión, manifestando que no recuerda haber descuartizado a su progenitora ni haber comido sus restos como hacían «las tribus caníbales», algo que manifestó a los policías durante su detención.
La Audiencia Provincial de Madrid ha arrancado el juicio contra este joven, de 28 años, por estrangular en febrero de 2019 a su madre y trocear su cuerpo para alimentarse de sus restos.
Sánchez Gómez ha ofrecido un relato disperso, con dificultad en el habla por la medicación que toma por sus problemas mentales. Tras la sesión, ha salido esposado con la cabeza cubierta por la capucha del abrigo que llevaba.
En su declaración ha relatado que tenía discusiones habituales con su madre, al ser consumidor de alcohol y hachís. «Discutíamos por tonterías, pero a veces nos llevábamos bien», ha narrado el acusado, quien solía acudir a una casa okupa a consumir drogas.
Su madre, de quien ha dicho que era alcohólica, le solía cobijar al no querer que se quedase en la calle «por pena». Los problemas con las drogas del acusado comenzaron en su Erasmus en Grecia. Su hermano, que comparecerá el viernes, acudió en su ayuda.
Sánchez Gómez ha señalado a preguntas de la fiscal que solía fumar «canutos» y «ver la televisión», escuchando «mensajes ocultos». Sobre el crimen, declaró no recordar nada de lo sucedido, pero sí voces que le decían «mata a tu madre».
El acusado ha detallado que oía voces desde los 15 años, «voces de vecinos, de conocidos, de famosos». Empezaron en el parque, cuando sus amigos se reían de él por la incontinencia urinaria que sufría. Fue allí cuando sus paranoias comenzaron.
También ha relatado un episodio en el que su madre le llevó al centro psiquiátrico del Hospital de La Princesa, «supongo que para ser abandonado». Era habitual que estuviera ingresado en psiquiátricos.
El asesino confeso se enfrenta a una petición fiscal de 15 años de cárcel por un delito de homicidio, penado con penas que oscilan entre los 12 y los 20 años, y otro cinco meses por un delito de profanación de cadáveres.
En su caso, se le agrava la petición de pena por la circunstancia modificativa de responsabilidad penal de parentesco. En su escrito de acusación, el fiscal le reclama también una indemnización de 90.000 euros para su hermano.
Escena macabra
En la sesión ha declarado uno de los agentes de la Policía Nacional que realizó el atestado, describiendo la macabra escena con la que se encontraron sus compañeros, al haber restos cadavéricos de la madre por toda la casa y en tuppers.
El agente ha apuntado que su hermano le manifestó que tenía algún tipo de enfermedad mental derivada del consumo de drogas, algo que se activó durante su Erasmus en Grecia.
Otra agente ha relatado que cuando se le trasladó a los calabozos, manifestó que había asfixiado a su madre cuando estaba preparando el desayuno. «Manifestó que como no sabía qué hacer con el cadáver, se lo comió y se lo dio al perro sin mostrar ningún tipo de arrepentimiento», ha detallado.
Hechos a juzgar
El acusado, a principios de 2019 convivía con su progenitora en un domicilio de Madrid, situado en el barrio de Ventas. Sin concretar una fecha, pero a finales de enero o a principios de febrero, el acusado discutió con su madre y, tras un enfrentamiento verbal, se dirigió hacia ella «sujetándola fuertemente por el cuello, y con el propósito de acabar con su vida, le presionó fuertemente con sus manos hasta lograr estrangularla, causando su muerte por asfixia».
A continuación, el acusado, que se encuentra privado de libertad por estos hechos desde el 23 de febrero de 2.019, trasladó el cadáver hasta el dormitorio de la vivienda y lo colocó sobre la cama «con el propósito de ir haciendo desparecer su cuerpo».
Para ello procedió a su descuartizamiento empleando una sierra de carpintero y dos cuchillos de cocina que tenía en la misma casa. Una vez troceado el cuerpo, el acusado se fue alimentando «en ocasiones» durante unos 15 días de los restos cadavéricos, «guardando otros restos en varios recipientes de plástico por la vivienda y en el interior de la nevera que había en el domicilio, arrojando también algunos de ellos a la basura dentro de bolsas de plástico».