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Continental Airlines. Nunca mais

Pablo Sagastibelza

Casi siempre, la gran marea negra de las esperas en los aeropuertos no sale en la tele. Sólo nos llegan imágenes si se trata de algo que alcanza el grado de espectacular. Este verano tenemos dos ejemplos geográficamente cercanos: el Prat de Barcelona, y el de Heahtrow, en Londres. Los motivos, distintos; el resultado, el mismo: caos, familias tiradas por los pasillos, poca información, cientos de personas hacinadas.

Estoy seguro de que cada día en algún punto del globo hay miles de personas que pernoctan en las frías salas de los aeropuertos tirados por alguna compañía aérea, sin comida, sin información, aguantando porque no queda otra. Un chapapote constante, amenazador, pringoso.

Pensé que nunca iba a ocurrirme, que no me iba a alcanzar la marea negra, que era un hombre con suerte, libre del petróleo contaminador, de las llamas destructoras, pero este verano de 2006 lo recordaré -entre otras muchas cosas estupendas- por el fiasco lamentable de Continental Airlines, que acabó con mi virginidad aeroportuaria.

A decir verdad, hace unos años casi rozo la catástrofe con Iberia, pero me trataron estupendamente después del overbooking que me encontré camino de Miami: comida, cena, desayuno, devolución al instante de gran parte del billete en efectivo, teléfono, hotel, amabilidad. En fin, no sólo no puedo quejarme, sino alabar la actitud profesional con la que fui tratado. Probablemente, algunos lectores tendrán experiencias distintas, pero la que yo tengo la cuento. Es parcial, y probablemente se puede completar con miles de historias diferentes.

El caso es que no había sufrido en mis carnes nada parecido a lo que me aconteció a finales de julio gracias a Continental. Bueno, miento, mi padre asegura que cuando éramos niños pasamos una de aúpa con la extinta y quebrada TWA: esperas, cambios de aeropuertos, cambios de ciudad de destino, noche de insomnio, y un largo etcétera. Debió ser tan tremendo que nos comimos hasta el chorizo que le llevábamos, para que no olvidara su existencia después de muchos meses viviendo en Estados Unidos. La ventaja es que casi no lo recuerdo.

No es de recibo que los usuarios no podamos hacer absolutamente nada cuando Continental perpetra lo que resumo en estas líneas: primero, engañan con una ruta que no existe; segundo, aunque mi billete y la reserva en el ordenador es clara, ningún responsable de la compañía es capaz de explicarme qué pasa; tercero, se van pasando la pelota de uno a otro, tiqui taca, tiqui taca; cuarto, me obligan a hacer una escala más de lo previsto, aunque nadie nunca habló de ella; quinto, un retraso de cinco horas hace que pierda la conexión con un vuelo que supuestamente era sólo un cambio de avión: "nada importante, ¿sabe?"; sexto, de once a tres de la noche me hacen estar en una cola hasta que el responsable de la misma decide que está cansado y se va a la cama; séptimo, no se puede llamar, no hay hotel, no hay comida, no hay nada; octavo, usted se queda un día entero aquí tirado hasta que salga nuestro avión de mañana; noveno, si quiere reclamar vaya a Barajas en un día de diario antes de las once de la mañana. Así hasta veinte, pero no tengo más espacio.

Patético, penoso, lamentable, bochornoso. Continental Airlines, nunca mais.

 

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