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¿Contamos Madrid?

Jorge Bustos

Para afirmar que han ganado las elecciones, unos se fijan en el número de votos y otros en el de concejales. Ya se sabe que antes de que un político reconozca una derrota, Pepiño aprenderá latín. En esa lengua Séneca escribió que nadie ha condenado a la sabiduría a ser pobre; sin embargo, este mismo Pepiño se levanta 6.000 euros mensuales con un título de secundaria que le autoriza a proclamar que el PSOE ha ganado las elecciones “si descontamos Madrid”. Lo cual es como decir que la sabiduría ha copado el cargo de secretario de organización del PSOE si descontamos a Pepiño.

Como es muy difícil negar que el PP ha ganado en Madrid -¡difícil hasta para Pepiño!-, pues se niega la existencia de Madrid y listos. Simancas y Sebastián, sin embargo, creen que sí existe Madrid, e incluso han reconocido que se han presentado por la citada circunscripción y que les podía haber ido mejor. Hay un método infalible para saber quién ha ganado unas elecciones: olvidarse de los datos, escrutar las caras de socialistas y populares en busca del gesto revelador de alegría o decepción contenidas, y leer los comentarios que escriben los fieles en los blogs progresistas de la prensa regional. Ahí, con la libertad temeraria que infunde Internet, se acaban las especulaciones: “Me avergüenzo de haber nacido rodeada de idiotas, en este país retrógrado y estúpido de obreros de derechas”, dice una madrileña pelín de izquierdas. Normal. Aguirre y Gallardón les han dado una paliza tan grande a Simancas y a Sebastián que hasta la euforia se les mezcló con la pena, y repetían eso de “gobernaremos para todos” en un loable e inútil ejercicio de consolación socialista. “Gracias y lo siento” decía Simancas abrumado, que tardará en irse a casa algo menos que el pobre Miguel, aunque algo más que Iñaqui De Juana, cuya fuerza ya controla 25 ayuntamientos vascos con mayoría absoluta.

Pero detengámonos en Gallardón un momento. Para el alcalde, ganar holgadamente estas elecciones significaba un refrendo popular a la gestión más ambiciosa acometida en la capital más o menos desde que el Marqués de Salamanca diseñó el barrio que lleva su nombre. Gallardón se preguntaba si sus ansias de modernización urbana hallarían un correlato en los ánimos proverbialmente conservadores de la ciudadanía madrileña. Y esta, aunque quizá no haya entendido tanta obra, ha entendido en todo caso que en la mente de Gallardón caben 34 como la de Pepiño y 18 como la de Sebastián, por decirlo en concejales. De ahí que fuera el más feliz en la foto de Génova. Hubiera ganado igual sin la M-30, pero se arriesgó y ganó más aún. Su purgatorio malayo terminó en cielo, y en infierno para el pobre Miguel, que nunca se creyó una sola palabra de las siglas que defendía por mercenaria encomienda de su amigo Rodríguez, y ahora este anda limpiándose las salpicaduras resultantes de la defenestración del valido.

En cuanto a Esperanza, uno sospecha que la han votado hasta los alcaldes socialistas, de esos a los que ha pagado metro y hospitales, porque si no, no salen las cuentas. Dentro de cuatro años, quién sabe, quizá la vote hasta el mismísimo Gallardón.

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