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A propósito de ‘Entre vinos hablaos’

A propósito de 'Entre vinos hablaos'

Por Sandra Aza

“He escrito la historia de mi familia, Sandra. Se titula ‘Entre vinos hablaos’, y el 20 de septiembre de 2020 se cumplirá un siglo desde que ocurrió lo que en ella cuento”. Así me enteré de la primera novela de Olga Luján. Era un mes de agosto de 2020 y Olga mostraba esa ilusión titilante de algo que, nacido en tus entrañas, ya existe pero aún no ha cruzado el umbral de tus misterios para desembarcar en el mundo.

Leídas muchas crónicas de Olga, conocía su estilo, su prosa refinada, sus frases enjaezadas de la más bella literatura, su habilidad para convertir un simple trozo de papel en un corazón troceado de emoción. Y pensé: “si esta mujer me anuda la garganta con un artículo, ¿qué será leer su novela que, a mayor abundamiento, habla de su familia? Apuesto a que, por lo menos, me agita el lagrimal”.

Tocado y hundido, pues ni un ápice me equivoqué. Ya desde el primer párrafo, ‘Entre vinos hablaos’ te insta a arrellanarte en el sillón presto a sumergirte en una historia inolvidable; inolvidable por dos razones: una porque el relato va directo a los cimientos del sentir, y dos, porque Olga monta la trama de tan exquisita suerte que hasta los detalles más escabrosos cortan lazos con el morbo para empadronarse en los predios de la elegancia, del decoro, de la templanza…

Y no debe resultar fácil gastar mesura cuando se trata de describir el asesinato de tu bisabuelo y el desgarro de tu abuelo, testigo presencial del acontecer; no presumo sencillo contar algo así con pluma aplomada cuando todo te lleva a desabrochar la rabia y, en lugar de componer una oda al buen gusto, el corazón te pide (incluso te exige) crear una sátira chorreante de rencor para aludir a un suceso que rompió un hogar feliz y franqueó el paso a un luto precoz.

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Olga Luján lo ha conseguido, gesta ante la que me quito el sombrero, porque, obviando reproches y vistiendo lo ocurrido con letras templadas, ha logrado honrar la memoria de su abuelo sin ensuciar la del hombre que apagó su mirada, le borró ilusión y la colmó de coraje e impotencia.

‘Entre vinos hablaos’ nos presenta dos familias. La familia de Juan Rodríguez (el abuelo de Olga) nos cuenta una historia, y la familia Madrigal (un blasón ilustre de la comarca) nos cuenta la Historia. Los avatares de ambas dinastías se enhebran para regalarnos un viaje en el tiempo a la España del siglo XX.

En el ayer de nuestros ancestros conoceremos qué sucedió para que un país donde lucía el sol y olía a mar de pronto se sumiera en las umbrías de la pólvora y trocase el aroma a salitre por el hedor a sangre hermana.

Y aquí, en este mapa de preguerra, guerra y posguerra entremezclado con el imparable avance del sufragismo femenino, transcurre la vida de Juan Rodríguez, un muchacho que a los ocho años experimentó el veneno de la codicia cuando Elías Sanz, su cuñado, asesinó a su padre, Gregorio Rodríguez Juncal, delante de él y solo la promesa de venganza consiguió mantener hilvanados harapos de corazón.

“Entre vinos hablaos” es la historia de un niño roto, un adolescente renco de familia, un joven amigo involuntario de una soledad impuesta y un adulto aferrado a una venganza óbice de sonrisas. Y alrededor de sus huellas delineadas con uñas de rencor, las de su gente: hermanos, cuñados, sobrinos, amigos… Un pueblo entero, Calera y Chozas, bailes de viernes, amores encorsetados de pudor, los primeros besos, una taberna y muchos vinos hablaos esperan ese desquite que promete sangre, pero sin especificar ni cuándo ni cómo se derramará.

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Solo saben que quien escanció en tierra la colorada de Gregorio Rodríguez verá la suya propia tiñendo el barro. También lo sabe Elías y acurrucado en el portal de ese saber vive; convencido de que el pasado lo acecha, seguro de que ese pasado ni perdona ni olvida y atenazado por un miedo: la certeza de que algún día ese pasado se calzará la capa del presente y comparecerá ante él presto a ajustar cuentas.

‘Entre vinos hablaos’ es una novela apta para llegar a cualquier corazón y plantar bandera en él: el aficionado a la historia; el fan de la intriga; el que muere por conocer el final; el que prefiere sumergirse en el durante; el empático que llora con el protagonista; el que lee sin sentimentalismos; el que disfruta sintiéndose cerca del autor porque se sabe mecido en sus melodías de ayer; el que no rechaza el toque romántico; el que busca acción; el que se apoya en la añoranza de aquel hogar quizá ya desaparecido…

También activará los recuerdos de muchos: la visita dominical del abuelo; el olor a cocido que habla de sábado; el perfume de rosas que tanto gustaba a la abuela; esa mesa camilla con el brasero en el centro; la bolsa de agua caliente con que la abuela nos calentaba una cama helada; el churrusco de pan tostado mojado en aceite y azúcar que te preparaba para desayunar y te sabía a gloria; ese entrañable “tómate un moscatel, niña, que esto cura todos los males” y tu madre regañando a la buena mujer porque “no puedes darle moscatel a la chiquilla, que la vas a emborrachar”; a las tardes de cinquillo; a las Navidades en que el abuelo te daba una peseta a escondidas para que tu padre no te la requisara…

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‘Entre vinos hablaos’ nos traslada a una época que activa ese ayer latente en todos nosotros, una época que, aunque a veces duerme, continúa cinchando nuestras nostalgias, fabricando sonrisas, forjando suspiros y aguándonos las mejillas mientras acariciamos las estampas color sepia que ilustran el álbum de nuestras vidas y que, pese a seguir tan presentes en nosotros que presentes las percibimos, nos torturan crueles haciéndonos saber, acaso con demasiada displicencia, que ya no volverán.

Disfrutad de las peripecias de un abuelo contadas desde la ternura que solo una nieta puede esgrimir… porque las buenas historias siempre enganchan, pero las contadas con corazón al pasado reenganchan. Acordaos de estas palabras cuando, leyendo “Entre vinos hablaos”, reparéis en que no podéis soltar el libro igual que no podéis soltar el recuerdo de aquellos días de hogar y chocolate…. porque os aseguro que ese recuerdo os va a asaltar más de una vez. ¿Hacemos apuestas?

Enhorabuena, Olga Luján, por una novela que me hizo llorar, reír, suspirar y, sobre todo, recordar. Allá donde hoy more tu abuelo, de seguro estará brindando por ti con un vino hablao o, ¿quién sabe? Quizá prefiera el moscatel.

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