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Consejos prácticos para abordar la intolerancia a la frustración en los más pequeños

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Durante los primeros años de vida, casi la totalidad de los niños actúa de un modo impulsivo, pues todavía su pensamiento no es capaz de dirigir su conducta de una forma adecuada y de prever las consecuencias que se derivan de sus actos. Posteriormente, a medida que van madurando, su conducta se vuelve más reflexiva, aunque algunos pequeños tienen más dificultad que otros para alcanzar este nivel de madurez. “La cultura actual hace más difícil que los niños aprendan a tolerar la frustración. Por si fuera poco, los padres, en general, tratan de evitar el sufrimiento de sus hijos, y si estos quieren algo y se lo pueden ofrecer, lo hacen, para protegerlos de este desconsuelo”, reflexiona la neuropsicóloga clínica Paloma Méndez de Miguel, del Hospital Quirónsalud San José, quien está al frente de la atención psicológica y neuropsicológica infantil del centro madrileño.

Sin embargo, continúa esta especialista,“saciar ese deseo, que ahora resulta fácil, no evitará su sufrimiento cuando quieran algo que no se les pueda ofrecer. En realidad es una gran herramienta educativa enseñar a los niños a postergar, a demorar el refuerzo y a conseguir las cosas después de un período de tiempo”.La presión social también dificulta que los progenitores, aunque quieran, pospongan las recompensas. “Si todos los compañeros de clase tienen algo, es mucho más difícil negar a nuestro hijo que también lo obtenga. Al final, nos encontramos en un callejón sin salida, con niños acostumbrados a conseguir todo sin demora y con padres tiranizados por la presión del grupo y por la sensación de culpa que genera educar de un modo diferente al resto”, subraya Paloma Méndez.

Búsqueda de los beneficios

En su opinión, es muy importante enseñar a los niños desde pequeños a buscar el beneficio a medio-largo plazo e inculcarles que muchas veces merece la pena esperar y tener paciencia para conseguir un beneficio mayor. “Esto se puede entrenar en casa con algunos juegos.Por ejemplo, si tengo un hijo muy goloso, le puedo poner delante una golosina mientras realiza alguna actividad. La consigna sería: si cuando vuelva en diez minutos todavía no te la has comido, te daré dos más”, aconseja la neuropsicóloga clínica del Hospital Quirónsalud San José.

De igual manera, apunta Paloma Méndez,“debemos evitar la tentación de decir a todo que sí. Si nos piden un helado o un refresco cada vez que estamos fuera de casa, podemos acceder en el 50% de las ocasiones, pero no siempre. De este modo, los niños aprenderán que no siempre se obtiene lo que se quiere”.

La mejor recomendación es trabajar en la prevención, pues siempre es más fácil poder modular el estilo de respuesta durante los primeros años. “Una buena estrategia es enseñarles a plantearse metas y objetivos. Al principio, las metas serán a corto plazo y de forma progresiva iremos planteándolas a largo plazo”, concluye.

Cómo identificar la impulsividad

Paloma Méndez da unas pautas para que los padres identifiquen la impulsividad de sus hijos:

El niño tiene necesidad de satisfacer sus deseos inmediatamente y se muestra incapaz de demorar el premio, porque no autorregula sus emociones de forma adecuada.

Muestra un escaso manejo de la anticipación, por lo que le resulta complicado prever lo que sucederá, aunque sea de forma inmediata a su conducta.

Son más insensibles que otros niños al sistema de recompensas y castigos.

Tienen baja tolerancia a la frustración, por lo que la demora de la recompensa les lleva a veces a la pérdida de control.

Les cuesta mantener la motivación para conseguir algo.

Se frustran en exceso cuando la recompensa no es inmediata.

Muestran dificultades para plantearse metas y objetivos.

Por qué se ha de tratar de corregir la impulsividad

Según la neuropsicóloga clínica del Hospital Quirónsalud San José, los padres deben corregir esta conducta impulsiva por varias razones:

La impulsividad puede llevar a elegir una opción incorrecta cuyas implicaciones sean negativas.

No va a cambiar la impulsividad por sí sola, a no ser que el ambiente lo haga, y esperar esto es una pérdida de tiempo.

Cuanto más tiempo dejemos que siga practicando la conducta que queremos que cambie, más difícil será su modificación.

Cuanto más tiempo pase y más conocimientos adquieran, más interferencia con otros aprendizajes semejantes tendrá la nueva conducta que deseamos que aprenda y más tiempo tardará en asimilarla.

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