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Las violaciones ‘de manada’

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Las agresiones sexuales, sus autores y motivaciones, se han estudiado mucho pero apenas se ha avanzado en las colectivas. Las pocas investigaciones al respecto determinan que los ambientes más comunes para cometer estos delitos se dan en guerras, cárceles, hermandades, clubes deportivos y fiestas.

¿Cuáles son las motivaciones de los agresores? A diferencia de lo que pueda pensarse, la satisfacción sexual es quizá el menor de los motivos. El principal es, según psiquiatras y criminólogos, el de demostrar control sobre la víctima, o infringirle un castigo por su actitud desafiante o indiferente hacia los hombres o por su vestimenta.

 En muchas ocasiones, las violaciones grupales se convierten en retos o desafíos en los que los agresores celebran su dominancia masculina y pertenencia al clan. Cansados de relaciones sexuales individuales -hoy en día más fáciles de conseguir que en el pasado- algunas pandillas de amigos llegan a estos extremos sin considerar que lo que hacen esté mal o sea ilegal.

Otra característica común en estas violaciones es la desindividualización del grupo y la cosificación del víctima. De esta forma, el grupo anula la capacidad de raciocinio individual, favorece la imitación y crea una percepción de anonimato como si las consecuencias de cualquier acción realizada conjuntamente con el resto del grupo se ven diluidas. Esto se traduce en que cada uno de los agresores puede echarla culpa de sus acciones al grupo, en vez de a sí mismos.

Generalmente, los violadores ‘de manada’ suelen presentar rasgos de personalidad psicopáticos y/o antisociales. También suelen tener comportamientos sexuales anormales y son profundamente machistas e hipermasculinizados, llegando al punto de sentir aversión ante cualquier signo de lo que ellos entienden por femeneidad, como la compasión, el cariño o la debilidad.

Frente a ello, en el otro lado están ellas, las víctimas, mujeres que suelen oponer poca resistencia durante la agresión por miedo a aumentar la ira de los agresores. Esto les causará importantes secuelas psicológicas, ya tienden a culparse a sí mismas por no haberse defendido ante los atacantes, un sentimiento de autoreproche al que normalmente se une un trastorno por estrés postraumático. Durante el juicio, además de la victimización secundaria, la perjudicada tiene que enfrentarse a diferentes testimonios de los agresores, que suelen ponerse de acuerdo y encubrirse los unos a los otros. A veces, además, se enfrentan a preguntas incómodas de carácter sexual o sobre el grado de consentimiento sobre los hechos, un mal trago por el que algunas acaban de nuevo en el psicólogo.

En conclusión, las mujeres víctimas de una violación colectiva sufren una auténtico calvario. Por ello, las administraciones y Cuerpos Policiales deben elaborar un protocolo específico para prevenir estas agresiones y actuar eficazmente cuando se producen. El poder legislativo y el judicial, por su parte, también han de reaccionar con contundencia y responsabilidad ante este tipo de casos. Para que este tipo de manadas no vuelvan a salir de caza.

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